martes, 23 de octubre de 2012

Hollywood, el arma más letal del sistema

 
Aviones espía, bombarderos “stealth” indetectables al radar, la bomba de Hidrógeno, ICBM´s y submarinos nucleares que sirven de lanzadera para los mismos, impresionantes porta-aviones, armas químicas y biológicas, cabezas nucleares y un interminable etcétera de artefactos con un poder de destrucción-disuasión tan grandes como la amplitud de sus propios nombres son componentes muy conocidos del basto y aparentemente inagotable arsenal, en manos de los “poderosos”, que el sistema capitalista nutre cada año con la esperanza de perpetuar por el miedo y la fuerza su régimen de usura y monopolio del poder y de los recursos cada vez más escasos y peor repartidos de nuestro planeta.

Un sinfín de armamento destinado a mantener ese “equilibrio”, irónica definición de la visión de equidad de la que hacen gala las superpotencias, que no solo supone un coste  faraónico en materiales e investigación (recuérdese la carrera armamentística en la guerra fría), sino que de llegar a darle uso algún día podría suponer el fin de la humanidad, el verdadero holocausto, como atestiguan las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, tan castigadas como silenciadas en las memorias colectivas del primer mundo... pero no es mi intención hablar sobre armas tangibles, de las que disparan, en éste momento.
Quisiera llamar la atención de los lectores sobre ese gigante cerebro maquiavélico, productor de sueños consumistas y mentiras, de odios y candados para la mente; ese nido de serpientes que arrastran sus resbaladizos cuerpos por las arterias de millones de cerebros que nacen, crecen y mueren siendo pasto de sus artimañas...

Ese gran altavoz por el que resuenan voces judías, y no tan judías pero que sirven a los mismos intereses materialistas a los que se pliegan el genocidio, la censura, la usura y la explotación del cuerpo y la voluntad ajena como herramientas para ese fin último que hace suspirar a aquellos que ya conocemos de largo tiempo atrás.
Los mismos responsables de atrocidades en masa que reflejan, en otros a quienes estigmatizan, sus propias miserias e inmoralidades que me abstengo a nombrar por ser en extenso conocidas.
Hablo, ésta vez, de Hollywood y su industria cinematográfica vendida a causas político-económicas que subvencionan sus multimillonarias producciones.
Y diréis y afirmaréis muchos de vosotros, presa de la bondad que con ligereza se atribuye y sin merecimiento se hace acopio, que las productoras de Hollywood hacen películas parciales a favor y en contra de muchas causas, pero hilando fino, me permitiré hacer una pequeña diartrosis sobre el cine de la II Guerra Mundial a lo largo de las décadas que acontecen desde su fin hasta nuestros días, y me decís después si mantenéis la misma opinión.

Nos situaremos en el final del conflicto, año 1945; contexto sociopolítico norteamericano.
Los EE.UU.  se han proclamado vencedores, y tras las ejecuciones de Nürnberg reina en el país (que también se proclama primera potencia mundial) un clima de festejo auspiciado por la paz y por el sentimiento de unidad nacional y superioridad chovinista que caracteriza a la sociedad norteamericana.
La economía nacional crece a pasos agigantados tras años de letargo tras el crack de la bolsa y los ciudadanos pasan de tirarse de las azoteas de los rascacielos a fundar negocios y hacer dinero rápido en un sistema capitalista que tras hundir a la potencia hegemónica, la Alemania del III Reich, asume las rutas comerciales, la producción industrial que vive su época más dorada; carece de competidores respetables en un panorama con amplio espectro de mercado, todo nuestro arrasado y hundido continente; aún humeantes sus bellas tierras por las oleadas de bombardeos constantes e indiscriminados de comunistas y capitalistas, por odio y rencor los primeros, por negocio a largo plazo los segundos.
En plena ascensión al cielo de los banqueros, los Estados Unidos exportan grandes cantidades de materiales y productos de diferentes naturalezas a todos los países de la Europa Occidental, que ven en los americanos un salvavidas al que agarrarse en años de escasez y miseria, la misma que sus bombas habían, en parte, contribuido a acrecentar; y para afianzar el comercio y la influencia yankee en nuestra tierra, el presidente Truman y su secretario de Estado, aprueban un plan con el que crear una dependencia económica y por ende, una decadencia absoluta del poder nacional en virtud de un control imperialista por parte de los “benefactores” de nuestro viejo continente.

En España, gracias a la negativa de Franco de abrir las fronteras comerciales y apostar fuertemente por el proteccionismo y la autarquía, el plan Marshall pasó de largo.
No interesaba dar dinero a una nación con un gobierno fascista que negaba “colaboración”, o eso debieron pensar los dirigentes norteamericanos; sea como fuere, no comeríamos en Mc Donald´s ni beberíamos Coca-Cola hasta muchos años después, pero preservaríamos nuestra identidad al menos un tiempo más que nuestros vecinos, americanizados y esclavos del capital una vez más.
Nuestros “intelectuales” (mis lectores saben de sobra porqué entrecomillo esta palabreja...) afirman que ese hermetismo de fronteras fue un cáncer que empobreció culturalmente España, y en parte llevan a mis ojos razón; pero como reza el ancestral refrán, mejor solo que mal acompañado.
Volviendo al tema en cuestión, la producción cinematográfica hollywoodiense de la época, extensa y apoyada por el estado, dio a luz multimillonarios títulos que gozaron de fama y prestigio, que encumbraron a sus actores y directores y que marcaron el pensamiento que el mundo debía tener sobre el conflicto.
Ejemplos de ello son  “Rommel, el zorro del desierto” (1951), “Rommel llama a El Cairo” (1959), “Los Doce del Patíbulo” (1967) o “La Batalla de Inglaterra” (1969) entre otras muchas protagonizadas por actores como Lee Marvin o Robert Ryan, que repetían papel en la mayoría de filmes bélicos de la época comprendida entre los años cincuenta y sesenta.
Animo a todos a que analicen dichas películas, y las contrasten con todas las demás producciones sobre la II Guerra Mundial que hayan visto la luz en la década de los setenta en adelante; como por ejemplo, películas tan conocidas como “Salvad al Soldado Ryan”, “Enemigo a las puertas”, “La Lista de Schindler”, “El niño con el pijama de rayas”, “El Pianista”, “El hundimiento”, “Operación Walkyria” (interesante en ésta última comparar la versión original con el remake de Tom Cruise), “La vida es bella”, o “El último tren a Auschwitz”.

 En las películas de la primera época que hemos comentado se ofrece una lucha épica entre los soldados aliados y las fuerzas del eje en una serie de combates ambientados en batallas históricas donde si bien se ensalzaba el valor y la valentía de aquellos que venían a liberarnos de las “garras del fascismo”, se presentaba una imagen bastante neutral de las tropas alemanas; sin reflejar acritudes tan viscerales como las que plasmarían tanto en la gran pantalla como en las conciencias de millones de espectadores las siguientes “reposiciones” de dichas películas en años posteriores, lo vomitado por la letal industria del cine norteamericano en función del utilitarismo y la ingeniería social de la todopoderosa U.S.A.
¿Y a qué obedece este brusco cambio al presentar al mundo a los enemigos de los EE.UU.?
¿Hablamos de una nueva toma de conciencia de la guerra en general?¿Quizás se trata de un despertar pacifista de la “élite intelectual” americana o al menos de la dedicada al cine?
De ser realmente así, cabría esperar una gran autocrítica a todos los conflictos armados protagonizados por sus propias tropas, ¿No es así?
Y diréis, ávidos y prestos, que así ocurre con la Guerra de Vietnam o la  Guerra del Golfo pérsico (Platoon, Apocalypsis Now, Corazones de Hierro, El especialista, Jarhead, La Chaqueta Metálica)... mas esas posiciones obedecen a una necesidad de autoprotección de la sociedad norteamericana, desligándola de las decisiones de su gobierno, que tanto odio y animadversión crean por todo el mundo hacia ella.
Tienen que hacer ver al mundo que la Casa Blanca y la sociedad civil estadounidense NO son la misma cosa; algo que si bien es cierto, constituye una pobre excusa para todas las víctimas del “Sueño Americano” de consumo y elevada calidad de vida.
Caen bombas en suelo Iraquí para que los ciudadanos estadounidenses y sus acólitos puedan llenar sus tanques de combustible a bajo coste, no lo olvidemos, amén de afianzar la posición de Israel en Asia como potencia dominante, claro está.

La conquista del mundo árabe pasa por la institucionalización a la fuerza, y para ello se necesitan lanzar cabezas de puente y asentamientos que nutran las filas del ejército israelí e habiten el suelo invadido para prosperidad y grandeza del pueblo elegido... elegido por Estados Unidos para dominar Oriente Medio y sus bastos recursos energéticos... aunque se trata en mi opinión de socios en un mismo negocio y pugna por la soberanía.
Pero sigamos hablando de cine... pues se observa una cronología perfecta entre la expansión de Israel durante la que ocupó la franja de Gaza e invadió territorios no fijados en la carta fundacional de su país por las armas en la Guerra de los Séis Días y la producción pro judía de Hollywood, donde escudaba las atrocidades de éstos argumentando el sufrimiento padecido en Europa durante la II Guerra Mundial por el pueblo judío.
Nos conmovimos con la historia del Diario de Anna Frank hasta tal punto que las bombas de la nación de la Estrella de David nos parecían justas, como si el hecho de victimizar al pueblo hebreo fuera a empañar el cristal teñido con sangre de inocentes que separa nuestro mundo de Egipto o Palestina, naciones ultrajadas, diezmadas y dirigidas por manos que censuran después nuestra historia, prohibiendo su revisión con leyes (ésta misma tarde se ha aprobado en España la medida que perseguía y castigaba la negación del Holocausto, por ejemplo).
En la década de los setenta comienza el moldeado del perfil del soldado alemán en el cine, que pierde su identidad nacional para pasar a ser un “nazi”.

¿Cómo opinar lo mismo de Alemania y del Nacional Socialismo viendo sufrir al buen Wladyslaw Szpilman, un joven talento de la interpretación de Chopin al piano perseguido por los nazis?
Roman Polansky supo tocarnos la fibra más sensible con su historia, y habríamos de ser de piedra para no compadecer al protagonista y querer enfrentarnos al causante de sus males... pero ahí es cuando se cierra el telón y despertamos del sueño de la gran pantalla.
Darle forma al dolor es fácil, y también muy conveniente; ya lo vemos, siempre que sirva a un fin.
Ese punto de inflexión marca un antes y un después en la historia contada en libros de texto, novelas, películas y demás fuentes de cultura e información públicas. El mundo nunca jamás volvería a ver con los mismos ojos a la Wehermacht ni al gobierno del Reich, los despojaría de su humanidad para llamarlos asesinos, genocidas, monstruos sin sentimientos, locos y degenerados.
Desde ese punto, ningún alemán podría sentirse orgulloso de su pasado si no quería verse repudiado por estar ese pasado asociado con lo mostrado por Hollywood, Alemania entera se avergonzaría de sí misma y jamás volvería a darse, al menos en Europa, un cuarto Reich.
Y así, el Nacional Socialismo proscrito, humillado, satanizado, ensuciado y vilipendiado; y es que sus misiles, sus bombas, sus submarinos y sus aviones podían matar al hombre, al soporte físico del sentimiento, la ideología, la memoria, los valores, pero nunca acabar con éstas.
En cambio, Hollywood junto con los demás aparatos de propaganda y represión han demostrado ser un arma tremendamente efizaz para acabar con las aspiraciones de una doctrina que movió un continente entero del olvido a la excelencia.
Un arma tan potente como alcance le de la sociedad, si, pero en mentes cada vez más sedentarias un demoledor ataque de antifascismo, globalización, consumismo... y en el fondo, enmascarado por héroes de acción, sumisión al poder establecido.

Y es que los buenos ganan siempre ... aunque sólo pasa en el cine.

A las autoridades, a quien competa la ardua misión de silenciar al pueblo y castigar a sus voces les transmito que, lejos de negar el Holocausto, como ustedes ahora prohíben por “decretazo”, éste humilde ensayo va dirigido a fomentar una crítica al partidismo en oposición a la bella y loable práctica de narrar la verdad, con sus dulces mieles o amargas cáscaras.
Me creo su versión, o así lo haré constar; pero recuerden que lo mismo hizo la Inquisición con Copérnico, y al final era la Tierra la que giraba en torno al Sol.
                                                     De Tinta Patriota para Logroño Despierta

No hay comentarios:

Publicar un comentario